viernes, 11 de diciembre de 2020

El cuento y los cuentistas de El Salvador

 
El cuento en  El Salvador surge con Francisco Gavidia en 1888, con una calidad extraordinaria son sus relatos, Agar o Venganza de la Esclava, La Loba, El Códice Maya, con los cuales da origen a esta forma literaria en el país sin los tropiezos del lenguaje barroco ni la temática criollita de poca trascendencia. Gavidia se adelantó a su época en este aspecto, o dicho de otra manera, sus contemporáneos quedaron rezagados frente a las literaturas europeas del momento.

Después de Gavidia se manifestó un tipo de narración vernacular, a la cabeza de la cual hay prosistas ingeniosos, quienes no lograron la unidad ni la técnica que el género requiere. Es imposible ignorar en el proceso que ha seguido el cuento salvadoreño, la obra de Arturo Ambrogi (1874-1936), captador de las costumbres criollas y de morosa descripción del paisaje y del hombre del trópico; de Francisco Herrera Velado (1876-1966), escritor que pintó con gracia y penetración psicológica al hombre de la provincia, al lugareño, en tramas de hermoso colorido; de José María Peralta Lagos (1873-1944) T. P. Mechín, que escribió estampas y anécdotas de veta costumbrista e intención crítica al estado político social del país; de Alberto Rivas Bonilla (1891) en cuyas narraciones, de ágil estilo, trazó gentes y situaciones muy propias de la vida salvadoreña, sin el abuso de localismos, tan característicos en los autores mencionados. Gavidia, precursor de la cuentística salvadoreña, tanto por la estructura literaria como por el tema y lenguaje universal, halla resonancia treinta o cuarenta años más tarde. En el largo paréntesis, además de los narradores citados, se encuentran  los primeros cuentistas modernos del país: Salarrué (que nació el 22 de octubre de 1899), cuya obra es la más importante dentro de los límites del costumbrismo, porque logra verdaderas joyas psicológico-descriptivas dentro de la tendencia y con éxito al cuento de fama universal; Napoleón Rodríguez Ruiz (1910) recoge temas nativos y los hace vibrar con sentido social; Manuel Aguilar Chávez (1913-1957), capta personajes suburbanos de la vida de los pueblos que se convierten, por fenómeno económico; en ciudades; José Jorge Laínez (1913-1962), quien obsesionado por el misterio de la muerte, del más allá, aporta soluciones oníricas llenas de realismo; José María Méndez (I 917) y Hugo Lindo (1917), ambos plenamente realizados en la cuentística actual de mayor aliento. Salarrué, al igual que el extraño y solitario caso de Gavidia, todo un período, Méndez y Lindo es el inicio de una nueva y vigorosa vertiente en las letras de El Salvador.

En tal sentido, justo es reconocer principalmente los méritos de Hugo Lindo, introductor de las nuevas corrientes cuentística y el impulsador más entusiasta del género. Sus relatos costumbristas; sus piezas Iterarías alcanzan mayoría de edad. Personajes, asuntos Y lenguaje responden a una exigencia que va más allá de la mera improvisación; en sus cuentos se encuentra al escritor culto, conocedor de realidades humanas más allá de la geografía. Hay que advertir que tanto los cuentos de José María Méndez como los de Lindo son expresión del suceso socio cultural que se opera en El Salvador a partir de 1948.

La nueva generación de cuentistas surgió en El Salvador el año 1950, se trata de escritores con una visión diferente del hombre y del paisaje salvadoreño. Puede afirmarse que, ante la obra de Méndez y Lindo, el regionalismo comenzó a quedar atrás, El tema vernacular desaparece casi por completo. Salarrué es el ejemplo característico de esta manera de ver y sentir la campiña, la denuncia de un hecho, de una circunstancia social, la explotación del campesino por las clases terratenientes. A lo barroco, a lo pintoresco de la narrativa anterior, se impone el lenguaje directo del nuevo cuento, castellano salvadoreño en su más viva esencia, incorporada al habla nacional y la temática completamente urbana.

El problema, la situación del hombre de la ciudad, complejo, enigmático, acosado y torturado en sus múltiples facetas, desplaza al enredo pueblerino, a las habladurías de comadres y beatas, al típico truhan de la picaresca criolla.

En el cuento nuevo de El Salvador se advierte, sin dificultad, la influencia de los mejores cultivadores en el ámbito hispanoamericano. En algunos casos, la presencia de Quiroga, Rulfo, Fuentes, Borges, Carpentier, Cortázar, Sábato, García Márquez, Vargas Llosa, es evidente.

 Por otra parte, señalamos la influencia de Bradbury, Sturgeon, Adamov y Lowekraft y ello nos parece bueno en una literatura que pretende despojarse de lo bayunco, lo provinciano, para afirmarse en lo universal, sin olvidar, por el momento, la necesidad de expresar lo auténticamente nacional. La fuerza expresiva que hay en los cuentos publicados refleja el dominio de técnicas diversas y desde luego grandes posibilidades para el género en El Salvador.

Dentro de esta nueva época de las letras en El Salvador, cabe mencionar a Álvaro Menéndez Leal (1930), autor que ha sabido asimilar lo mejor de la literatura contemporánea y, con personal estilo, ha producido dos libros polémicos, verdaderamente sorprendentes. La traducción de sus cuentos al rumano, alemán, francés e inglés es todo un acontecimiento en la literatura centroamericana de hoy, Menén Desleal, como suele firmar sus producciones literarias, es, nuevo en el momento actual de El Salvador.

Cuentistas de talento, con más de un libro inédito o publicado, son: José Napoleón Rodríguez Ruiz (1930), Waldo Chávez Velasco (1932), Mercedes Durand (1933), Tirso Antonio López Canales (1933), Manlio Argueta (1935), José Roberto Cea (1939), Ricardo Castro Rivas (1938), Alfonso Quijada Drías (1941), Santiago Castellanos (1940), Ricardo Lindo (1947). Entre ellos Argueta y Cea cultivan con calidad la novela o cuento largo. La inclusión de tres cuentos de ltalo López Vallecillos (1932), obedece al propósito de completar el panorama de los jóvenes cuentistas salvadoreños en pleno trabajo creador.

Ejemplo de un Cuento Salvadoreño:

Códice Maya 


Francisco Gavidia. 

Había una vez, en el pueblo de Quintana Roo, un indiecito humilde llamado Kanob. Trabajador, honesto, tenía la tarea de cuidar las ruinas de la ciudad, ruinas que nunca han sido vistas por gente de fuera del país y que, se dice, guardan secretos de la religión, idioma, muñequitos en las paredes llamados jeroglíficos y que solo la gente como él puede leer y entender, porque estudia mucho; también se dice que hay peces de oro, monedas viejísimas y ladrillos también muy viejos.

Un día, Kanob caminando por las calles y saludando a las personas del pueblo, cuando, de repente, se encuentra con un periódico que decía “Los científicos de Inglaterra, Alemania, México y Francia vienen al país "misterioso” a descubrir sobre los secretos que tienen las gigantes ruinas, así como las tradiciones del pueblo”. Kanob se sorprende por esto y dice:

“¡Esto no se ve desde la lucha de Tula y Palenque!, voy a ir a Tula, ¡Ah!, Ciudad Real (en Chiapas) se llama ahora jeje, no me acordaba, ahí se encuentra la gente de la expedición”. Ventajas de saber leer y escribir ese idioma es que hasta recomendado se nos fue.
Así lo hizo, se fue por la jungla y cantaba.
Cuando por fin llegó a su destino, Copán, su trabajo fue mover bloques pesados y leer frases de las escrituras, y casi nunca encontraba nada, es más, le molestaba que los bloques no estuvieran en las gradas como deberían estar. 
Entró a un espacio muy pequeño, lleno de plantas, y ahí encontró unos libros, los libros sagrados, pero, al intentar agarrarlos, la tierra se hundió llevándoselo a una fosa poco profunda donde podía respirar. Nadie lo escuchaba cuando pedía ayuda, pero un rayito de luz que entraba le permitió ver uno de los libros: “te has palidecido un poco” dijo Kanob al ver el libro que logró agarrar, y lo que el libro decía era:

“El primer Quetzalcoatl había unido a Copán, Mictlán, Cuzcatlán y Tehuacán, formando la misteriosa Tlapalán, Quetzalcoatl le dijo a Gran Guerrero que él y los suyos llevarán el nombre de Acoluhua”

Kanob, viendo que era algo que los señores europeos no iban a entender porque no son de su tierra y no estudian bien cosas que no sean de su país, decidió no darles el libro sagrado ni decirles nada sobre él, entonces corrió de la expedición para su casa, los científicos se quedaron enojados porque no supieron nada de ese viejo mundo, pero Kanob, llegando a casa muy felizmente dijo al cielo: “¡Esta es mi historia!”. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.


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